Ya desde el título, La nueva edad, el autor nos anticipa una visión optimista del futuro de la humanidad. El mundo parece saturado en una búsqueda desenfrenada de placer, entretenimientos, sexo y droga. En medio de un presente de malos pasos y odios, el libro va trazando las pautas de un renacimiento moral que no es irrealizable o idealista, sino una realidad concreta llena de sentido. Una vida posible en la que se restablecen los valores necesarios para una convivencia solidaria y que provoca que los hombres se sientan como hermanos que trabajan para un futuro en común.
No es un vuelo imaginario sobre deseos impracticables alejados de la realidad, sino una extrapolación meditada y realista. Tampoco es la moralina a una juventud descarriada y perdida. El hecho concreto es que el hombre de nuestro tiempo ha perdido gran parte de los valores que le dan dignidad a la existencia; sobre todo en las grandes ciudades, retrocedió a un vivir vacío, en el que "todo da igual" y el individuo está tan aislado que se pierde en una gran masa de seres anónimos que corren de aquí para allá, en busca de un placer circunstancial y efímero.
Hay un renacimiento que no se ve porque aún es incipiente, pero se está gestando en la intención positiva de una humanidad que se va organizando en nuevos y firmes valores de progreso. Valores que el autor pone sobre tres pilares fundamentales: la persona responsable, que se hace cargo de las necesidades del prójimo, libre de prejuicios y mentiras; una familia estable basada en el amor, que es el fundamento biológico formador de las nuevas generaciones de seres maduros y responsables, y una comunidad de personas aglutinadas en la cohesión del diálogo y la unión. Es posible, solo hay que intentarlo. El hombre tiene con qué.