En las décadas 40 y 50 del siglo XX, los campos andaluces se convierten en tránsito de seres hambrientos y desnutridos, amparados en la efigie de la miseria, de la sinrazón y la desesperanza de la posguerra civil española. Fernando, María y sus hijos conviven en un ajetreado entorno de crueldad, opresión, hambruna y sometimiento, tras los muros de un pequeño cortijo andaluz. Un cortijo en que los siete miembros de la familia quedan excluidos de cualquier comodidad social y dedicados exclusivamente al pastoreo, la guardería, las labores agrícolas o las cortijeras de todo tipo.
En tal discurrir de penuria e inseguridad carecen del sustento alimentario con el cual abastecer al conjunto familiar. No obstante, ellos se las ingenian para encontrar nutrientes en sitios remotos e insospechados, pero ello no resulta suficiente y deben apropiarse de la comida de los cerdos, ovejas, cabras y caballerizas. El capataz, sin embargo, descubre aquellas sustracciones y contamina el pienso del ganado con orujo de aceituna triturada. En represalia, los siete componentes del grupo familiar deben abandonar el cortijo y buscar por los campos lo necesario para el sustento, aunque en ello encuentran represión de obreros y guardas a servicio del terrateniente. Incluso el desvencijado e inhumano látigo represivo que enarbolan algunos miembros de la Benemérita en distintas cuadras de caballerizas cuartelarías, mientras las escasas milicias que huyeron por la serranía siguen desperdigadas bajo el acoso de la Guardia Civil de Asalto.