La
ciencia y la espiritualidad se presentan como disciplinas, expresiones
o anhelos del alma irreconciliables. El problema radica en que la
metafísica, tal como expuso Kant, no puede ser ciencia (no existen los
juicios sintéticos a priori en la metafísica, según él) y no se puede,
por tanto, tener conocimiento (saber científico) del ser, del alma o de
Dios. La fuente de dicho conocimiento, por parte de quien lo tiene o
dice tenerlo, es el propio ser, por lo que queda desvinculado de
nuestra realidad física y lo relega a una cuestión de creencia o de
capacidad incontrastable.
El problema, refundiendo lo anterior, radica en la imposibilidad de
poder aplicar los conceptos de la metafísica a algún tipo de intuición,
bien porque ésta no existe o porque es interna. La cuestión es que
mientras para la Física la imposibilidad de explicar sus principios no
supone problema y se puede desarrollar como una ciencia, para la
metafísica sí lo es, y estos principios de la física son los únicos que
se pueden establecer como objetos para la metafísica. Ésta es la
verdadera piedra angular.
El elemento único es un camino de conocimiento que persigue
mediante procedimientos físicos y, allí donde corresponde, filosóficos,
para restaurar la posibilidad de alcanzar un conocimiento trascendente
de una forma racional. Es un cuento sin aditivos (porque el verdadero
enigma es el conocimiento) que, mediante anexos ("La esencia de las
cosas materiales", "La cosa per se", "Sobre causalidad y argumentos de
indeterminación"), toma forma de ensayo cada vez que se encuentra con
alguna cuestión que precisa de un análisis más detallado para ser algo
más que "un cuento".