Jimena Valdés es un producto típico de la educación provinciana. A los ocho años siguió la estela de sus tres hermanos: la enviaron a un internado suizo con enseñanza trilingüe en francés, italiano y alemán, a la que se unía el estudio del inglés, durante tres cursos, para que adquiriera el dominio de cuatro lenguas en una edad en la que el aprendizaje es más fácil.
De vuelta a casa, se reincorpora a su colegio; pero, sobre todo, disfruta de esos largos veranos en el viejo caserón de la costa, con esa pandilla que juega al fútbol en la arena de una playa extensa y poco concurrida, que hace largas travesías a mar abierta. Sus tres hermanos mayores imponen su presencia en el grupo de los chicos; pero su gran valedor, su guardián, su héroe, es Alejandro, el líder indiscutible del grupo. Será él quien traiga un verano a Pablo Padilla, su amigo del alma, del que se enamorará Jimena en secreto y que dejará de ser un amor imposible tres años más tarde, cuando la presencia de un pretendiente haga saltar las alarmas del codiciado madrileño.
Jimena estudia Medicina y la decisión de casarse de inmediato la obliga a someterse a sacrificios intensos para compatibilizar sus estudios, su trabajo como ama de casa y, un año más tarde, la atención a su hijo. Pasa el tiempo y Pablo está cada vez más ausente y Javier, su hijo, vive por su cuenta en Inglaterra. Una noche, Jimena decide investigar qué es eso del chat, del que ha oído hablar a su hermano Emilio. Sus primeros intentos resultan disuasorios; pero rápidamente descubre un mundo nuevo, divertido y apasionante. Descubre que es peligroso: remueve algo en su interior que la asusta; pero ya es tarde. La aparición de una rara enfermedad le demuestra que ha de reunir valor para seguir buscándose en la red de niebla.
