PETRUCHIO.-(Entra Catalina.) Buenos días, Lina. Pues tal es vuestro nombre, según he oído decir, ¿no?
CATALINA.-Sordo no sois, pero sí, sin duda, duro de oídos, porque los que hablan de mí me llama Catalina.
PETRUCHIO.-Mentís, no hay duda. Os llaman Lina, ni más ni menos; la buena Lina; o bien, a veces, Lina, la maldita. Pero Lina, la más encantadora Lina de la cristiandad, Lina, apetitosa como una exquisita golosina. Lina, la deliciosa, pues decir Lina es como decir golosina. Y he aquí por qué, Lina de mi corazón, quiero que escuches lo que tengo que decirte. Habiendo oído en toda las ciudades que he atravesado alabar tu dulzura, celebrar tus virtudes y proclamar tu hermosura, por cierto, que mucho menos todo de lo que mereces, me he sentido inclinado a buscarte para hacer de ti mi esposa.
CATALINA.-¿Inclinado? ¡Qué te parece! Pues bien; que el que os ha inclinado que os enderece. Nada, más veros he comprendido que erais algo que se inclina, se endereza, se maneja... Vamos, ¡un mueble!
PETRUCHIO.- ¡Magnífico! Pero ¿qué es un mueble?
CATALINA.- Digamos un taburete.
PETRUCHIO.-¡Exacto! Ven, pues, a sentarte sobre mí, Lina.
CATALINA.-Quisierais llevarme, ¿verdad? No me extraña; para llevar se han hecho los asnos.
PETRUCHIO.-Habiendo sido hechas las mujeres para llevar también (hace señas refiriéndose al embarazo), aplícate lo mismo.
CATALINA.-Si yo tuviese que llevar y soportar, jamás sería a un mostrenco de vuestra especie.
PETRUCHIO.-¡Mi dulce Lina! ¿No sabes que me esforzaré en no ser para ti una carga pesada, sabiéndote tan joven, tan frágil...?
CATALINA.-Demasiado frágil y ligera, bien que pese lo suficiente, como para que un patán como vos no pueda cargar conmigo.
PETRUCHIO.-Eso lo veremos bien, tanto más cuanto que veo te ciernes a maravilla.
CATALINA.-¿Cernir? No está mal para haberlo dicho un cernícalo.
PETRUCHIO.-El cernícalo te cogerá, ¡tortolilla de vuelo lento!
CATALINA.-La tortolilla tendrá con vos para un bocado, cual si fuerais un abejorro.
PETRUCHIO.- ¡Hola, hola, avispilla querida! Eres muy rabiosa.
CATALINA.-Si soy avispa, ¡cuidado con el aguijón!
PETRUCHIO.-El remedio es fácil; se le arranca y en paz.
CATALINA.-Los idiotas no saben dónde está.
PETRUCHIO.-¿Quién ignora dónde tienen las avispas el aguijón? ¡En la cola!
CATALINA.-En la lengua.
PETRUCHIO.-¿En la lengua de quién?
CATALINA.-En la vuestra, que habla sin ton ni son. Adiós. (Hace ademán como para irse.)