CORIFEO.― ¡No demasiada cólera, por los dioses! Vuestras palabras, para ambas, producirán sus frutos, si tú aprendes de ella a hablar bien, y ella de ti.
CRISÓTEMIS.― Hace mucho tiempo, ¡oh, mujeres!, estoy acostumbrada a tales palabras de ella, y no me acordaría siquiera, si no hubiera sabido que la amenaza un gran infortunio que hará callar sus continuos lamentos.
ELECTRA.― Habla, pues, di qué grande infortunio es ese, porque si tienes que enseñarme alguna cosa peor que mis males, no volveré a replicar.
CRISÓTEMIS.― Siendo así, te diré todo lo que sé de ello. Han resuelto, si no cesas en tus lamentaciones, enviarte a un lugar donde no volverás a ver el resplandor de Helios. Viva, en el fondo de un antro negro prorrumpirás en gemidos lejos de esta tierra. Por eso, medítalo, y no me acuses cuando esa desgracia haya llegado. Ahora es tiempo de tomar una prudente resolución.